Por Carlos Lozada
Niñas sencillas, soñadoras, enamoradas de sus ídolos. Eran primas, amigas, compañeras de estudio. No hubo adolescente, ni alguna que otra mamá, que no viviera intensamente el furor que causaron cinco chicos en aquel Carache entre 1981 y 1983. Hablamos de la «menudomanía», un fenómeno cultural y social que se manifestó en Venezuela y de la cual nuestro pueblo no escapó. Los «Menudos», un grupo musical de pop latino, alcanzaron una gran popularidad, destacándose por su talento y carisma. La «menudomanía» no solo se centró en la música; también se reflejó en una amplia variedad de productos relacionados, como ropa, accesorios, revistas y programas de televisión. Fue una auténtica «fiebre» juvenil que unió a muchos fans alrededor de su música.
En la intersección de la avenida San Juan con la calle Sucre, donde la señora Rita vendía revistas, unas niñas las compraban mientras otras solo las miraban y suspiraban. Se reunían en grupos para compartir la lectura y observar casi obsesivamente las fotos. Sus cuadernos hablaban por sí solos, forrados con imágenes de sus adorados ídolos. «Te quiero René», se leía al final de muchas hojas. A esa edad aprendí que al mirar la última página del cuaderno de una niña se pueden descubrir sus sueños y tristezas.

«Claridad», «Súbete a mi moto», «Quiero rock», «Fuego», «A volar», «No se puede parar la música» son algunos de los temas más emblemáticos del grupo Menudo que ellas sabían de memoria. Yo también las cantaba; rodeado de mis primas era imposible no hacerlo.
Los afiches eran un espectáculo ver cómo las muchachas de La Morita, Miquimú, La Quebrada Seca, Río Abajo y otros lugares reunían con esfuerzo el dinero necesario para hacerse dueñas y señoras de los «Menudos». Conocí a niñas que no tenían una pared propia para pegar su afiche; era entonces un amor clandestino. “Préstame la pared para ver cómo se ve”, decían entre risas y solidaridad. El amor que estas niñas caracheras sentían por Menudo rompía barreras y unía diferencias: desde la niña humilde hija de campesinos hasta las privilegiadas de familias pudientes, todas compartían un fervor frenético por cada uno de los integrantes del grupo.
Extraño las miradas de esas niñas; ha pasado mucho tiempo. Hoy tienen entre 53 y 57 años. ¿Tendrán aún ese brillo especial en sus ojos? ¿Recordarán las letras de esas canciones que cantaban y bailaban? Quiero regresar a verlas y comprobar que sí, que aún sueñan. Deseo volver a ser ese amigo que acompañó en un pueblo trujillano la candente fiebre que mis queridísimas niñas sentían por Menudo. “Vamos, Carlitos, acompáñame a comprar la revista”. Me imagino que quizás algunas se animen a reunirse nuevamente en un grupo de fans. Muchos niños como yo, de aquella hermosa época, recordaremos cómo en la Plaza Bolívar, bajo las trinitarias, suspiraban las niñas liceístas caracheras mientras cantaban:
«Hoy te vi, tras la clara lluvia de la tarde gris
Te vi llorar
Ocultando penas y un dolor que no
Son de tu edad»
«Sin saber, tu alegría se perdió como la noche
Y al despertar
Buscarás un nuevo día que traerá
Felicidad»
