Por Ing. Carlos Lozada
Desde que Nicolás Maduro asumió la presidencia de Venezuela en 2013, un fenómeno político ha cobrado forma y se ha consolidado bajo el término «madurismo». Este conjunto de políticas y prácticas, aunque arraigado en el legado del chavismo, presenta particularidades que lo distinguen y que merecen un análisis profundo. Antes de adentrarnos en estas características, es fundamental comprender dos términos clave en el contexto de los partidos políticos de izquierda: «facciones» y «fracciones».
Las «facciones» son grupos internos dentro de los partidos de izquierda que poseen diferentes enfoques y estrategias para alcanzar sus objetivos políticos. Estas diferencias pueden surgir de variaciones ideológicas, prioridades en políticas públicas o tácticas electorales. En contraste, las «fracciones» son grupos que comparten una visión o estrategia específica, pero que se desvían de la línea oficial del partido. Estas fracciones buscan representar intereses o enfoques ideológicos particulares y pueden influir en la toma de decisiones.
Analizando el madurismo a través de estas definiciones, podemos concluir que estamos ante una «fracción» que se ha alejado del «chavismo» en sus orígenes ideológicos. La particularidad más evidente del madurismo es su enfoque autoritario. Aunque se proclama un espacio para la discusión interna, la evidencia sugiere que las voces disidentes son sistemáticamente silenciadas. Un claro ejemplo de esto es la represión hacia la dirigencia sindical chavista original, cuya capacidad de influir en las decisiones ha sido severamente limitada.
Además, el madurismo ha desviado los principios fundamentales del chavismo al adoptar un enfoque pragmático y hacer concesiones políticas externas que lo distancian de las bases populares. Este alejamiento no solo se traduce en una pérdida de conexión con los ideales originales del movimiento, sino también en una limitación a la diversidad de opiniones dentro del partido. Esto crea una cultura política monolítica, donde las críticas son vistas como traiciones.
La centralización del poder bajo el liderazgo de Maduro ha sentado las bases para un régimen autoritario. La imposición de su línea política por encima del debate ideológico ha generado un ambiente donde la disidencia no solo es mal vista, sino también reprimida. Esta situación plantea una pregunta crucial: ¿cohabitan el chavismo y el madurismo dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)?
Según nuestro análisis, la respuesta es negativa. El madurismo ha logrado imponerse sobre el chavismo, debilitando sus raíces dentro del PSUV. Las bases chavistas han comenzado a manifestar su descontento, como se evidenció en la jornada electoral del 28 de julio, donde se alzaron voces críticas contra un gobierno que parece haber perdido su rumbo.
Las bases chavistas le están enviando un mensaje claro al madurismo: el poder no puede sostenerse a costa de las libertades públicas ni sacrificando los derechos humanos y el respeto a la Constitución. Es imperativo que se escuchen estas voces antes de que el madurismo termine por sepultar por completo los principios fundacionales que dieron vida al chavismo.
En este contexto, es fundamental reflexionar sobre el futuro político de Venezuela y la urgente necesidad de recuperar un espacio donde la diversidad ideológica no solo sea aceptada, sino celebrada. La verdadera fortaleza del chavismo radicó en su capacidad para incluir y dar voz a todos sus integrantes. No creemos que una fracción autoritaria pueda relegar al olvido las bases chavistas. Si eso ocurriera, quienes nos oponemos al madurismo tenemos el deber de tender puentes de entendimiento a pesar de nuestras diferencias; la Patria lo exige.
