Por Prof. Eleyde Aponte
Uno de los símbolos icónos de mi «Carache de Antier», lo representaba sin duda alguna el «Saman de la Pandita». Árbol majestuoso que por muchísimos años permaneció en la entrada de la «Tierra de la Amable Libertad».
Su figura imponente con sus ramas extendidas que abarcaban un gran trecho del arribo al pueblo, daban de primera mano la bien venida a todos los visitantes y a los que llegábamos del destierro involuntario que por algunas razones debíamos cumplir en otros destinos, dentro y fuera del país.
Su majestuosa figura batiendo sus ramas nos daba la bienvenida al son de la música que el choque de las mismas generaba, haciendo latir el corazón aceleradamente por el reencuentro tan esperado acumulado por días, meses, o años ya que para la época quienes nos ausentabamos del «Valle de San Juan Bautista» lo hacíamos por situaciones muy puntuales: estudios, trabajo, o residencia permanente en otros lares.
No sé exactamente cuantos años nos cobijó bajo sus ramas, brindándonos sombra cuando el sol era inclemente, o cobijandonos de la lluvia cuando está se precipitada desde el cielo.
También allí se congregaban los pintores para recrear sus cuadros al óleo o al carboncillo y los poetas para escribir sus versos bajo sus ramas que seguramente al combinarse con el viento , el murmullo del rio , y las Vegas aledañas, eran musas permanentes para dar rienda suelta a su imaginación.
